jueves, 27 de mayo de 2010

Santafuma. La Voz de la Experiencia

Es una de las pocas bandas de la vieja ola de bluseros que quedan. Cuando era más joven, me emocionaba asistir a la Media Torta a disfrutar de los Tortazos de Blues, con Santafuma, Blue Derek, Casa Roja, Isidore Ducasse, Vértigo, Candelaria, etc. Hoy, 10 años después, son la banda con más experiencia en el ámbito blusero, después de un largo camino, han logrado consolidarse como una de las pocas bandas de tributo en el medio blusero. Son los inconfundibles, Santafuma.

Esta vez el encuentro fue en el Teatro Libélula Dorada, en el tradicional Festival de Blues y Jazz. Santafuma tiene la facilidad de hacer especial cualquier concierto, siempre tienen un acto histriónico, un video especial, o algún montaje especial que hace que sus seguidores no se puedan perder un concierto de ellos. Esta vez, era un recorrido por la historia del rock latinoamericano, el famoso “Rock en Español”.

El concierto comenzó con una confusa versión de La Plaga, canción que no necesita presentación. Un clásico “plancha rockero” de Sandro, Guitarras al Viento, continuo en el repertorio como una especie de reivindicación al aporte hecho por el género, mal llamado plancha al rock en español. El repertorio incluyo temas como La Balsa (clásico tema del rock argento), Ana no Duerme de Spinneta, La Puerta del Amor de Nino Bravo, Samba pa’ti de Santana, Cuando seas Grande de Miguel Mateos,  Persiana Americana de Soda Stereo, la original versión de Apuesta por el Rock and Roll, y Sin Documentos de Los Rodríguez, donde Jade, vocalista de Santafuma, demostró una vez más su gran capacidad vocal para interpretar cualquier género interpretando versos en forma flamenca.

No todo fue rock en español extranjero, hubo una inclusión especial de canción de bandas colombianas. Interpretaron Te Olvidare de Los Speakers, Decimo Grado de Ana y Jaime y Candela de Aterciopelados, dándole un lugar a la historia del Rock Colombiano, que desgraciadamente no conocemos a pesar que tenemos una rica historia.

Cerraron con su ultimo sencillo Lala, pero el púbico emocionado no permitió que se fueran, e hicieron que tocaran dos temas más, propios de la banda, Chico Disonante y De Borrachos y otros Delincuentes.

Las camisetas con diferentes representaciones de artistas y discos, presagiaba el repertorio.  El cambio de formato en la banda dejo un ambiente ambiguo entre el público, que se equilibro con la fuerza en escenario de los músicos, sus chascarrillos entre canciones, los comentarios fuera de micrófono  y el gran show de la mejor voz del circuito rock bogotano para nuestro concepto.

El anuncio de “tal vez” la última presentación de la banda en el Festival no agrado mucho al público, indudablemente,  la alineación cambio, no cuentan ahora con teclados y con uno de sus principales guitarristas, lo que crea un sentimiento de ausencia entre sus seguidores. Todas las bandas deben reinventarse con el correr del tiempo, esa es una verdad innegable en el mundo de la música, Santafuma apuesta al cambio y tenemos la seguridad de que su nueva propuesta será igual de buena o mejor que la actual. Pero la pregunta que quedo en el ambiente es: ¿seguirán haciendo parte del blues bogotano?




sábado, 22 de mayo de 2010

Cuando comenzamos a blusear. Los Nietos de la Abuela


Todos entraron en un escenario sin luces, el silencio del público era perturbador. El vocalista colocó en el suelo un pequeño baúl que contenía un acordeón. Blues con acordeón, ¿sería este el comienzo del vallenato blues?

Un blues comenzó a sonar; suave, puro. La voz era indudablemente influenciada por Robi Draco Rosa. Era curioso imaginarse a Draco haciendo blues. Un duelo de guitarras en medio de la canción surgió, un duelo sencillo pero entre guitarrista y el vocal se divirtieron a más no poder.

Eran músicos sencillos y nobles. Tenían una inocencia en el escenario que contrastaba con la fuerza que las demás bandas has mostrado en esta misma tarima. Pensé en un recital de una academia de música y me embargo un sentimiento de paternalismo.

Tocaron uno de los temas insignias del Blues, Thrill is gone, hasta ahora el tema mas tocado por la bandas. En medio del tema, entro una joven saxofonista desde el fondo del público al escenario. Un sombrero con una pluma adornaba su joven cabeza y acompaño a los Nietos en este tema. Era una saxofonista sutil, sin solos espectaculares. Era un saxofón tranquilo lo que encajo perfectamente con el resto de la banda.

Esta vez el sombrero era para el pianista que hizo alardes de su capacidad multinstrumentativa al tocar la trompeta en el nuevo tema de la banda, que estreno esa noche.

En el sexto tema el público se veía cansado. Uno de los peligros del blues, es que al no saber combinarlo puede volverse monótono para un oído no educado ni apasionado por este género. Sin embargo, Los Nietos, se encargaron de despertar a los apasionados con temas de mayor dinamismo y molestaron a uno que otro adulto mayor con un fuerte rockabilly.

La guitarra del vocalista tuvo problemas de afinación durante casi todo el concierto, pero hay que resaltar que esta frustrante situación para cualquier músico, no evito que diera todo de si en el escenario.

El concierto terminó con un “jazz swing” bastante bueno que hizo al público pedirla nuevamente. La monotonía del blues básico se olvido en esos momentos y la gente salió con una agradable sensación. Los Nietos de la Abuela son una buena banda con principios de un sonido propio y mucho potencial por delante si lo saben aprovechar.

martes, 11 de mayo de 2010

Hacia una identidad del Blues Bogotano: Carlos Reyes y La Killer Band

 Por: Malatesta

Para los entendidos del blues, Carlos Reyes es un ícono familiar. Ostenta la imagen del héroe psicotrópico de sombrero y botas raídas que encarna los valores típicos del género. Sin embargo no es un purista; aunque sus canciones evoquen una calidez de antaño y tengan ese gustillo ferroso del Mississippi, en el XIII Festival de Blues y Jazz de la Libélula dejó muy claro que su intención con la música es explorar y no reiterar. Reyes tiene la impronta del músico comprometido: crear lo impensable, matar al padre.

Su proyecto sonoro nos deja una lección: La música puede surgir de lo irrisorio. Un tema que se perfilaba como un blues, de pronto suelta sus riendas y se transforma en un joropo. Pero el joropo también se revela, se torna más oscuro y tras una sucesión  incisiva de compases, sin que nos demos cuenta, nos envuelve con su sonoridad estridente. Mi compañero del lado (músico consumado) me susurra: Ahora están haciendo metal.

Muchos pueden ver este atrevimiento musical como una afrenta al buen gusto.  No faltó de seguro el blusero ortodoxo que salió del teatro inundado de sinsabores. Otros en cambio, y me incluyo, ven en esta desavenencia un camino de consumación, un trasiego hacia una identidad de género en Bogotá. ¿Si hay blues en Argentina por ejemplo, por qué no puede haber un blues del trópico que siga su propia lógica y evada las imitaciones?

El mismo Carlos Reyes, decía entre líneas, que el blues más que música es un estado anímico. La Killer Band sigue esta premisa al pie de la letra. La puesta en escena prima sobre lo musical, la imagen enardece los ánimos. El baterista, que es una especie de fusible donde se condensa la efusividad de la banda, es el encargado de guiar esos arrojos musicales. Maneja los matices con tal naturalidad, que el espectador recibe aliviado las convulsiones casi religiosas de los músicos, que incluyen como plato fuerte las volcadas cercanas a la epilepsia de Carlos en el piso del escenario.

Sin embargo no hay que olvidar que la destreza histriónica sólo es un ingrediente del consomé. En otros factores, la Killer Band no se muestra tan persuasiva. A veces se nota la inconsistencia entre las letras en español y la armonía musical. Viendo la reseña de la banda después del concierto me encuentro con que Carlos Reyes es un músico forjado en Nashville, Estados Unidos. Sus composiciones en inglés impecables, pero falta mucho terreno para lograr el tono decisivo en nuestro idioma. El tema abajo de la 15 puede ser un buen norte para las otras composiciones, ya que es por mucho la canción más contundente de la banda, su carta de presentación.

Por otro lado hay acierto como el hecho de interpretar los temas en inglés. La voz cavernosa de Reyes, que yo asocié a la  Tom Waits, no tanto por su tonalidad sino por esa rabiosa regularidad que no se sale de los cabales, está perfilada para hacer un blues subterráneo y urbano. La Killer Band que prescinde de pomposidades vocales y genialidades instrumentales es una agrupación de ambiente, de esas que acompañan un juego de póker o un plan de robo en un sótano repleto de dementes y ganapanes. En pocas palabras, es el blues como tiene que ser, una amalgama de sonidos en busca de una esencia, algo sencillo pero a la vez trascendental, un gesto ambivalente  como el del perro que lame la mano de su amo.

Sr Baron. El regreso del caballero


A las 8:30 comenzó el espectáculo. Estaba la sala a reventar. Claro, era el regreso a la libélula del Sr Baron, una de las bandas más representativas del blues rock bogotano.

El concierto comenzó con un intro algo largo que después se desenvolvió en Police Line, una de las canciones insignias de la banda. Ricardo Zamora, vocalista, cambió su sombrero vaquero por uno de media copa, gesto que se entendió como un nuevo aire para la banda, que asi se demostró en el escenario. La versión atmosférica de Come Togheter , demostró los nuevos sonidos de la banda y la gran calidad de su nuevo guitarrista.

Fabian Diaz, guitarrista, fue el show en esta ocasión. Una impecable presentación hasta con llamada al celular en escenario. Ordenaba a su guitarra que hacer mientras hacia sus solos. Lo que dio la impresión de ser un solido y seguro guitarrista.

Para mí, fue una agradable sorpresa escuchar temas como Café Madrid de la Mississippi Blues Band de Argentina, con un buen ensamble de vientos entre un viejo y opaco sax y la armonica del vocalista.

La constante del concierto fueron los solos de los integrantes de la banda. Extensos por cierto. Que demostraron la capacidad tecnológica de sus pedaleras como su capacidad interpretativa. Dentro del repertorio se escucharon los temas mas conocidos de la banda. Rascal, La risa no existe, Police Line y una buena muestra de los 19 cañonazos del blues, que incluyeron Love me two times de The Doors, Walk this way de Aerosmith (en donde bajaron el tono claramente e hizo a la canción muy lenta frente a la versión original), Mercedes Benz, Cocaine, entre otras. Interpretaron un tema nuevo dentro del repertorio, del que nunca escuche su nombre.

El show de los hermanos Zamora y su renovada banda fue un concierto largo, pesado y sobrio. Sin ningún aspavientos diferente a la buena descarga de blues y rock a la que estamos acostumbrados con el Sr Baron.

viernes, 7 de mayo de 2010

Bluesila. El Bogotazo del Blues

Por: Daniel Pelaez

Era el primer concierto de blues del Festival. La expectativa era grande. Era mas que claro que en esta oportunidad, no solo iban a estar los seguidores acostumbrados de la banda (entre los que me incluyo), era prácticamente la inauguración del Festival de Blues y Jazz.

Alrededor de las 7:30 de la noche, comenzó a llegar el público. El cartel de la entrada mostraba una imagen de la banda con su breve reseña. Era impresión casera, parecía salida de una de esas impresoras antiguas blanco y negro que les suenan hasta los cables. Sonreí. En ese cartelito hecho artesanalmente estaba la esencia del blues.

El Teatro de la Libelula Dorada tiene ese encanto de teatrino pequeño. Del espacio dedicado al arte que ha sido levantado a punta de tesón, empuje y ganas. Tiene una magia que te hace sentir en casa.

Mientras la gente esperaba, detrás de la puerta se escuchaba la prueba de sonido. Se escuchaban Cocaine y los gritos de los músicos. Intimidad. Los que estábamos esperando comprendimos que los músicos estaban tan preocupados por dar un gran espectáculo que estaban ultimando los detalles del show. O bien, simplemente se les hizo tarde.

La puerta corrediza se abrió, y el teatro en un par de minutos se lleno. En el escenario estaba la batería negra iluminada estratégicamente, el bajo azul con el famoso sombrero de vaquero de uno de los iconos del blues bogotano (que parecían una pintura) y por supuesto, la infaltable guitarra negra.

Las luces se apagaron, una pequeña bienvenida al Festival y una gran B apareció en el fondo del escenario. Comenzaron a sonar gritos que me dieron escalofríos. Era Gaitán.

La famosa imagen del billete de mil salía mas de una vez, las imágenes del tragídico 9 de abril y al música atmosférica puso los pelos de punta a mas de un asistente.

“Mami, tengo miedo”- dijo una dulce niñita que estaña sentada a mi lado mientras se acercaba a su madre.

Era como una especie de ambiente lúgubre. Los gritos de Gaitán sonaban, las proyecciones del Bogotazo era fuertes para cualquier alma sensible, entonces apareció uno de los músicos, cogió el bajo azul y matizo los sonidos. Entro el baterista y después el guitarrista también ambientando los gritos con notas lastimeras de blues. Tuve una epifanía, Gaitán en el fondo me hizo rememorar nuestra sangrienta historia. Ese era nuestro blues.

El hombre del bajo cogió el sombrero y se lo coloco. Todo callo. Se escucharan seis golpes en las baquetas y comenzó el concierto. Entro el último de los músicos, el vocalista. Podría perfectamente encontrármelo en la calle, en el bus , en una oficina y jamás hubiera creído que ese hombre fuera un cantante de blues. Una buena amiga me dijo hace algún tiempo: “Todos tenemos algo de Emo”. No, todos tenemos algo de blusero.

Fueron 9 temas. Una descarga completa de blues. Ese teatro en ese momento, fue un mundo aparte. Olvide tomar mis notas como todo buen periodista debe hacer y simplemente me deje llevar.

En el intermedio hable con varios asistentes. Unos buenos amigos “intelectuales” discutían sobre algo que para mi fue invisible, hacían blues en español. La discusión sobre si el blues debe hacerse en ingles o no, termino cuando nuevamente comenzó a sonar la guitarra. Me propuse ser mas objetivo y analizar más a la banda.

Bluesila, un vocalista sobrio y hasta tímido, con muchos aires de salsa en la voz. Un baterista extremadamente versátil que nos puso a gozar con un solo a ritmo de boggie. Un bajista enigmático que me demostró que también puede ser una parte importante del show cuando es enfrento al guitarrista en un duelo de solos que hizo vibrar el púbico. Y por ultimo, pero no menos importante, el guitarrista que parecía tener un PHD en blues. Un estilo sutil y sobrio demasiado blusero para ser colombiano.

Tuve una agradable sorpresa en este concierto. Analizando las liricas, me encontré con canciones que hablan de la cotidianidad de cualquier persona, a veces excéntrica al hablar de un amor erótico por una mama, o a veces un poco mas responsable hablando de la situación de los indígenas en la ciudad.

Uno de mis maestros en la universidad me enseño, que las reseñas deben ser totalmente objetivas. Espero haberlo contrariado.

lunes, 3 de mayo de 2010

La Encrucijada del Hombre Limón

Por: Malatesta

La presentación del Hombre Limón en la XIII versión del Festival de Blues y Jazz de la Libélula me hizo pensar por un instante en esos cuadros fantásticos del Palacio de Versalles en París, accesibles para una élite selecta pero desconocidos para el resto del mundo. Es una pena que una banda con tanta abundancia y desfogue tuviera tan pocos invitados a su cena musical. Más que asistir a un concierto de blues, tuve la impresión de presenciar una juerga entre amigos,  enmarcada en un ambiente de camaradería excesiva entre los protagonistas de la noche: los músicos, su escaso público y las sillas vacías.  

Lo contradictorio del asunto, es que el Hombre Limón no es un grupo que aparece tras un soplo espontaneo como los primeros hombres del Génesis. Como tantas agrupaciones bogotanas, son fruto de la evolución, han tenido que inventarse con el tiempo para consagrarse en escena y ser reconocidos. Por eso en el 2008 alcanzaron uno de sus grandes logros, tocar en el Festival de Rock al Parque, la meca de los músicos colombianos.

Entonces ¿dónde está la falla? Porque una banda con una trayectoria nada desdeñable en los anales del rock no tiene la capacidad de convocatoria suficiente para llenar escenarios más reducidos que Rock al Parque. Es una pregunta que se torna difícil, y más aún cuando se asiste a una presentación en vivo de la agrupación. Hay que descartar la opción de que la banda no tiene seguidores por alguna desavenencia en su sonido o su puesta en escena, por el contrario, escucharlos es un deleite, un festín del alma.  

Al margen de la poca asistencia, el Hombre Limón se mostró seguro en escena.  Tienen una cadencia estridente que aunque no escape del corte convencional, está llena de iniciativas musicales interesantes. Resulta llamativo que no hay liderazgos ni desfases, conducta obligada en el músico virtuoso. Esto demuestra que asumen la música con profesionalismo, cada uno aporta lo que sabe y entra  en el momento en que tiene que hacerlo.

El vocalista, algo dicharachero, mantuvo los ánimos del público e incluso en un momento de la presentación,  tuvo los pantalones para bromear sobre la poca asistencia: “De verdad, gracias por venir, realmente no esperábamos a nadie. No sé porque en Bogotá no hemos pegado como en Titiribí o Ambalema”.

Por otro lado, el bajista, que portaba con honor de bebedor empedernido una camiseta de Jack Daniels, fue el más efusivo de la banda. Las gotas le escurrían tras correr y bailar por todo el escenario buscando alianzas musicales con los otros músicos.  Después de cada canción quedaba agotado, respiraba con avidez, se quitaba el sombrero, (sí, otro bajista de blues con sombrero) y apenas escuchaba el compas inicial de la próxima canción entraba de un nuevo en un trance del que nadie lo sacaba.

El guitarrista, sobrio y mesurado en las primeras canciones, se puso su sombrero de la suerte en la cuarta canción y las cosas cambiaron.  Empezó a desgajarse, a sentir la convulsión del instrumento y fue tanta su pasión, que en un country que interpretó la banda bailó como el experto polkista que lleva escondido en sus adentros.

El baterista, algo socarrón, también bromeó con el público, aprovechaba los inicios de cada canción para lanzar el chascarrillo respectivo. En la parte musical sobresalió en los coros, donde se nota un trabajo vocal conjunto con la voz principal. Sobra decir que los arreglos en la batería  hacer logran un refinamiento musical que agradable al espectador.

En síntesis, El Hombre Limón es una banda concisa, se nota el tiempo que han pasado juntos y sobre todo la pasión con que se entregan a la  tarea vertiginosa de hacer blues.  Sus virtudes opacan sus defectos,  eso es definitivo y es uno de los factores que inclina la balanza hacia el reconocimiento. Esperemos, sepan aprovecharlo.
Distrito Blues Rock