Por: Felipe Malatesta
El blues, más que un género musical es un estado de conciencia, condición permisiva a las licencias poéticas. El Hombre Azul, grupo liderado por Yayo Arévalo, uno de los patriarcas de la escena local, inicio su intervención en el Festival de Blues y Jazz de La Libélula con un poema, carta de presentación poco usual pero que resultó acertada para avivar las expectativas de los asistentes.
Después del abrebocas literario, el grupo inició su itinerario musical, siempre marcado por tonalidades soberbias, que aunque exploran derroteros ajenos al blues no dejan de seducir a los más ortodoxos del género. Sin embargo su música sigue una lógica singular que esquiva las denominaciones, tocan desde blues hasta rock progresivo, y aunque esto demuestra la abundancia de opciones, puede llegar a ser contraproducente.
Cabe anotar que si bien hay un variopinto musical, en ciertos temas ya es notorio el sello intransferible de la banda. Canciones como “I wanna kill te cat” o “Esencia de mujer” hacen pensar en una identidad cada vez más constituida. Hay que estar atento a las próximas presentaciones que traerán nuevas composiciones y así saber en que mar desembocan.
Hay que resaltar la puesta en escena de la agrupación. Desde la primera canción, Yayo se apoderó del escenario. Su perfil inquieto, de movimientos arácnidos y gritos cavernosos, como de niño atrapado en cuerpo de hombre, propició la cercanía entre la banda y la audiencia, que durante todo el concierto se mostró animosa.
Un detalle simpático de la puesta en escena de Yayo: En un momento de la presentación se quitó el sombrero, y lució una pañoleta negra que llevaba en la cabeza. La barba, el pelo hasta los hombros y el gesto agitado, hizo que en las postrimerías del público se oyera una voz de reacción a su arrojo: ¡Huy, Yayo Sparrow!.
El resto de la banda se mostró algo ponderada. El bajista, impresionante por no decir mucho a la hora de interpretar, fue el más animado y en un par de ocasiones se robó el show. Recuerdo con especial agrado el momento en que bailó al estilo de Chuck Berry a lo largo del escenario. El guitarrista en cambio se mostró más tímido, hizo solos muy limpios y de seguro citados en el libro de los virtuosos, pero cortos en exceso. Es difícil entender porque algunas personas que tienen un talento delirante se amedrentan a la hora de mostrarlo.
Otro que brilló con luz propia fue el saxofonista. Músico que lleva poco tiempo con la banda pero que exterioriza trayectoria y profesionalismo. Noté también que asume el liderazgo de la banda en los momentos en que Yayo se ocupa de cantar, es algo así como el orquestador, el hombre que vela porque cada cosa suene a su lugar.
Para acabar el cuadro tenemos a Isaac Pinzón, el baterista, que dio cátedra sobre como se debe tocar el instrumento. Su maestría para manejar los tiempos muertos y su destreza para los arreglos le dan una plaza segura en los “me quito el sombrero”. También bromeó con el público. En un momento se hizo el desentendido y dejó de tocar porque no lo aplaudían.
En síntesis. El Hombre Azul es un grupo que ya tiene un sonido inaugural, pero que no se decide por esa apuesta definitiva. Sin ánimo de predicción, la banda suena cada vez mejor y por eso ya presentimos lo que vendrá. Eso sí, esperemos que no pase como el volcán que mucho se anuncia pero que nunca hace erupción.
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